Élodie Laye Mielczareck es semióloga, especializada en el análisis del lenguaje, autora de varios trabajos, consultora, conferenciante en la Universidad Paris Cité, actualmente doctorando sobre el tema de laicidad y multiculturalismo en la UBFC. Es, en particular, la autora de Lo que los gestos y las palabras dicen de los demás… y especialmente de los idiotas (Courrier du livre, 2023).
Hospitalizada en febrero, la Princesa de Gales no ha dejado de agitar las redes sociales. A veces operada «en el abdomen» (según el comunicado publicado por el Palacio de Kesington), a veces por motivos «ginecológicos», la salud de Kate Middleton es motivo de preocupación. Desde su salida de la clínica, un medio de comunicación estadounidense finalmente ha publicado sólo una fotografía robada. Gafas negras, cara hinchada, la Princesa de Gales es conducida por su madre. Estamos a principios de marzo, esta es la primera fotografía de la esposa del príncipe William desde diciembre. Al querer jugar la carta de la sobriedad comunicacional, el Palacio Británico cometió un error.
Hace unos días, en un giro, apareció otra fotografía, esta vez publicada en la cuenta oficial de la pareja @KesingtonRoyal. La puesta en escena es idílica: Kate en el centro, resplandeciente en medio de sus tres hijos que rezuman alegría de vivir. El mensaje es simple: se está celebrando el Día de la Madre. Kate también agradece los mensajes de apoyo de los últimos dos meses. No se necesitaba menos para desencadenar las pasiones detectivescas del público, que no se equivoca. Rápidamente, la fotografía resulta retocada.
Si algunos internautas denuncian dientes demasiado desplazados o falta de dedos, otros puntos de vista más profesionales destacan los contornos “difuminados” de las rodillas o del cabello, huellas de un cierto amateurismo. Aún más sorprendente es que la ropa parece ser la misma que usó la familia en diciembre. Ante estas atrocidades, ¿Kate Middleton se sintió obligada a confesar públicamente? Así pudimos leer el lunes por la mañana, todavía en la página oficial De hecho, la fotografía ha sido retocada (y sin duda es retroactiva). Desde esta revelación, los memes se han sucedido, secuestrando el fondo (que se transforma en una estación lunar) o la cara de Kate (hay otro personaje allí). Aquí está el contexto. Un evento así, por anecdótico que parezca, invita sin embargo a una reflexión profunda sobre la dinámica de la comunicación dentro de los dispositivos digitales y a cuestionar nuestra nueva relación con la información y, más específicamente, con la verdad.
Si todo el mundo se pone en escena y se hace un selfie, práctica que se remonta a la época del narcisismo, también es costumbre “maximizar” la presencia y la presencia retocando ojeras o canas demasiado evidentes. Desde este punto de vista, el enfoque de Kate Middleton es banal (y comprensible). Sin embargo, este argumento a favor de la banalidad del selfie pasa por alto la cuestión fundamental del enunciador. La legitimidad que posee Kate Middleton implica derechos y deberes. Dentro de este particular sistema digital, la cuenta oficial X es una caja de resonancia como lo fue en su época el micrófono de un jefe de Estado. Debemos pensar en el dispositivo digital como un espacio de comunicación específico. Precisamente porque es una voz singular de la monarquía real, Kate Middleton representa más allá de sí misma: es un símbolo. ¿Es necesario recordar aquí la tan mencionada distinción de Kantorowicz sobre “los dos cuerpos del Rey”? Cada miembro de la familia real representa un símbolo divino, si no trascendental, que lo supera tanto en sentido literal como figurado. Ya no se basta por sí mismo, se desborda (de signos, de historia, de sentido). Por encima de la Ley, aunque perfectamente “legales” y garantizados por la Ley, recuerda el historiador. Si bien la cuestión del retoque fotográfico escapa a toda noción jurídica, no obstante pone en cuestión el campo de la ética. El estatuto particular de la imagen fotográfica, mensaje sin código a primera vista, dice Barthes, implica ciertas precauciones. Si las palabras manipulan, la fotografía dice “la verdad”. De hecho, si la imagen no se puede confundir con la realidad, es la analogía perfecta.
Como resultado, el “retoque” principesco no es sólo un defecto estético (prueba de amateurismo, se ha dicho), sino que marca una violación de un contrato moral. Al hacer pasar la imagen como algo que era tal como es, se rompe el vínculo de confianza. Porque la imagen es conversacional: involucra al espectador, que se convierte en parte interesada. Y, si sospechamos de la puesta en escena de la “fachada” como diría Goffman, en sus aspectos más positivos e idílicos (Kate es una madre llena de amor y feliz), y de las cuestiones de las representaciones simbólicas (la perfección de los cuerpos esperada en la realeza), rango), todo en una atmósfera exagerada, esperamos menos que la imagen nos “manipule” y nos mienta.
Imaginemos otro escenario de este evento: Kate no hace ninguna declaración pública. ¿Quienes piensan que la foto es “falsa” son entonces “conspiradores”? Sin forma de verificar la veracidad de este hecho, cualquier cuestionamiento de una versión oficial está sujeto a esta etiqueta. La noción de conspiración, a menudo pensada de manera unilateral y piramidal, es compleja; no pretendemos cubrirla aquí. Simplemente, observemos una tendencia, particularmente frecuente, a calificar cualquier interrogatorio oficial por parte de la “masa” como incorrecto, impropio o incluso imbécil. Christopher Lasch afirma: “La desconfianza popular hacia quienes están en el poder ha hecho que la sociedad sea cada vez más difícil de gobernar –como se lamenta constantemente la clase dominante– sin comprender que es, en parte, responsable”. Visto desde este ángulo, la oratoria de la Princesa de Gales se realinea con una herencia modernista (frente a la posmodernista) donde el régimen de verdad y razón todavía tiene sentido. Restaura el orden, dentro de un sistema digital (sin embargo) sujeto al relativismo de las subjetividades. Además, la política, y lo divino ya que hablamos de realeza, no se pueden confundir con la publicidad: apuestan por seguir siendo la huella de una cierta veracidad.