Nada más entrar en la gran sala de La Scala, los espectadores son advertidos de lo que les espera. Durante 105 minutos estarán totalmente desorientados, empujados y desaliñados. En el escenario, un grupo de músicos prueba unos riffs de guitarra bien sentidos. Detrás de ellos, un Muro de Berlín lleno de graffitis sirve de telón de fondo. Los faros de un coche destartalado parpadean en la oscuridad. El medidor está lleno, los espectadores tienen una edad media de entre 20 y 45 años. Muchos ya conocen el espectáculo que descubrieron en Aviñón el pasado verano o en el Café de la Danse de París este invierno. Otros llegaron allí a través del cine, donde el espectáculo fue adaptado en 2001, tres años después de su estreno en Broadway. En París, la película se proyectó en la Cinémathèque Française durante una retrospectiva del creador y director John Cameron Mitchell en octubre de 2022.

En las primeras filas de La Scala, muchas mujeres jóvenes llevan un tatuaje de “Hedwig”. A las 20:30 en punto, estalla el sonido punk rock. Bajo el aplauso de sus groupies en las primeras filas, la heroína Hedwig, una cantante de rock transgénero, irrumpe en el escenario. Peluca de peróxido, traje vaquero roto, maquillaje como de coche robado, Hedwig no pasa desapercibida. El público sentado en la Scala es el de su concierto. Entre dos canciones en directo, cuenta su vida en monólogos tan divertidos como conmovedores. Con un ego desmesurado, Hedwig es brillante, mordaz, celosa, divertida y romántica en el sentido decimonónico de Rimbaud y Verlaine. Cuestiona cuestiones de identidad con un fuerte acento alemán y salpica sus frases con «ja». Hedwig nos recuerda de lejos a Maria Ulrika Von Glott, protagonista en los años 1990 del programa Ultima Récital de Marianne James y al Dr. Frank N Further (Tim Curry) del Rocky Horror Picture Show.

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Cuando comienza la historia, Hedwig se debate entre dos historias de amor. La primera, la del cantante de su marido, está pasando apuros. Sirve como dolor de azufre. El segundo con una estrella de rock que lo borró de su vida fue su gran desgracia. Ella lo persigue con locura. Hizo carrera en grandes salas apropiándose de los éxitos escritos y compuestos por Hedwig. Ante el micrófono, ya no se controla muy bien, repasa su vida con flashbacks y revela todo lo que la lastimó. Víctima de una madre terrible que la lleva a Berlín Oriental durante la construcción del muro en 1961, Hedwig tiene la desgracia de encontrarse con un soldado americano. Ordena al joven que se convierta en mujer obligándolo a operarse. Más bien digamos mutilado por un cirujano fallido. El centímetro de sexo que queda es esa “famosa pulgada de enfado”. El soldado americano le obliga a llevar peluca, vestirse de mujer y a cambio se casa con ella. Este es el precio de la libertad. Le otorga así la nacionalidad americana. Un pasaporte que le permita cruzar el muro sin ser asesinado e irse a vivir en democracia. Una vez en suelo americano, Hedwig se desilusiona. Ella hizo todos estos sacrificios por nada. Está abandonada en una casa móvil. Fanática de toda la vida de los cantantes de rock estadounidenses cuyos casetes pasaban de Occidente a Oriente, decidió convertirse en uno. Las desgracias se acumulan. Cada vez, Hedwig vuelve a levantarse. Hasta el gran final de su concierto donde toma una decisión crucial. La gran mayoría de los espectadores terminaron de pie, aplaudiendo frenéticamente. Otros comprenden menos la moda general y no les gusta la música punk rock.

El director Dominique Guillo tuvo la buena idea de adaptar los monólogos de John Cameron Mitchell al francés y dejar las canciones de Stephen Trask en inglés. La letra se desplaza en un cartel justo encima de la cabeza del cantante, lo que permite que la vista del espectador no vaya de un lado a otro entre el cartel y el escenario. «He querido adaptar este programa durante diecinueve años», dice. Creado en el off-Broadway en 1998 en un almacén y adaptado al cine por John Cameron Mitchell en 2001, una época en la que se hablaba mucho menos de personas LGBT que hoy, el espectáculo permaneció en exhibición durante años, convirtiéndose en un espectáculo para el público en general. Allí nos encontramos con los que van a ver El fantasma de la ópera. Muchas estrellas, incluido Neil Patrick Harris (Barney en la serie Cómo conocí a tu hermano), interpretaron a Hedwig y el espectáculo fue recompensado con cuatro premios Tony, el equivalente a los Oscar por interpretación en vivo.

En esta adaptación, Hedwig está interpretada por Brice Hillairet, la mejor promesa de Molière en 2020. “Dominique Guillo me mostró la película una semana antes del confinamiento de marzo de 2020 y me caí de la silla”, dice el actor. El canto, el travestismo y el espectáculo unipersonal, nunca lo hizo. “Lo que más me atrae es precisamente adentrarme en nuevos ámbitos”, afirma. En el verano de 2020, le cantó dos de las canciones de la obra a Dominique Guillo, Wigg in the box y Wicket Little Train. Los dos rompieron a llorar y coadaptaron el libreto. En 2022, finalmente logran convencer a un productor. En septiembre de 2022, los titulares de derechos estadounidenses validan la elección de Brice Hillairet, de quien recibieron un vídeo de estudio. Hedwig ya se representa en Canadá, en Praga y se exportará a Francia. “Para establecer la faceta lúdica con un principio, un desarrollo y un final, decidí presentar esta creación en Off en Avignon en el verano de 2023”, dice el director. El boca a boca se hace popular. La pieza se representa en diez representaciones repartidas en el tiempo al inicio del año escolar en París en el Café de la Danse. Luego se exhibirá en La Scala durante seis funciones hasta mayo. Este invierno debería volver a los escenarios de La Scala antes de realizar una gira por Francia, Suiza y Bélgica de enero a abril de 2025.

En La Scala hasta el 6 de mayo. Plazas de 19 a 55 euros. www.lascala-paris.fr