La música clásica solía hacer daño. Desde hace varios meses, la empresa de transporte de Los Ángeles, L.A. Metro, ha decidido aumentar la iluminación y poner música en algunas de sus estaciones para mantener alejadas a las personas sin hogar y frenar el aumento de la delincuencia en su red.

Los primeros resultados son claros: las llamadas al 911 se han reducido en un 75%, el vandalismo en un 50% y la delincuencia en un 20%, según la empresa de transportes de Los Ángeles, informada por Radio Classique. Sin embargo, el método es controvertido. Para la musicóloga Lily E. Hirsch, consultada por Los Angeles Times, este método podría equivaler a la tortura.

Es en particular el altísimo nivel sonoro de la música (aproximadamente 90 decibelios) y el looping de ciertas piezas de Beethoven, Mozart o Vivaldi lo que puede asimilarse a la tortura, según Lily E. Hirsch. Estas prácticas se utilizaron en la prisión de Guantánamo para romper a los detenidos sospechosos de terrorismo en la década de 2000, recuerda el periodista de Los Angeles Times.

Para Lily E. Hirsch, el dispositivo sobre todo crea una gran discriminación. Mientras que algunos negocios ponen música clásica para dar a sus clientes la impresión de que pertenecen a una élite, otros la usan para disuadir a los jóvenes y a las personas sin hogar de pasar el rato allí. En última instancia, esto crea jerarquías sonoras, que dan una indicación frontal de que un área está reservada para un determinado grupo privilegiado y no para otros.