En las fronteras del Mar Caribe y el Océano Atlántico, hay una maravillosa isla similar a las que vemos en las películas de corsarios, menos los piratas. Esta isla, mucho más pequeña que La Española, como alguna vez los viajeros llamaron a la República Dominicana y Haití, se llama Catalina. Para llegar por carretera hay que ir desde la capital Santo Domingo hacia el este, escapar de los atascos, pasar el pueblo de San Pedro de Marcoris, una bella emperatriz costera hoy caída, y luego hacer una parada para visitar La Romana, una antigua capital azucarera. Colinda con Casa de campo, una comunidad cerrada de 3.000 hectáreas, un lugar de vacaciones para la jet-set. “Aquí está la casa de Maduro”, dice un guía local.

Después de cruzar el complejo, aparece un muelle. Familias dominicanas abordan un catamarán. Los hombres prueban una Presidente, la cerveza local. Otros prefieren un ron Brugal o Barceló, como este risueño narcotraficante mexicano que deja una propina de 50 dólares al camarero del catamarán. El barco fondea a unas decenas de metros de una isla paradisíaca. La inmensa playa de arena fina bañada por aguas cristalinas invita al viajero tanto como la laguna. “La République”, como dicen los quebequenses, tiene más de 600 kilómetros de playas y decenas de islas como Catalina. Pero no solamente.

En este país tan grande como la mitad de Nueva Aquitania, donde la temperatura oscila entre 25 y 32 grados durante todo el año, la playa es sólo un elemento geográfico entre otros. República Dominicana cuenta con varios parques nacionales, cordilleras que nada tienen que envidiar a los Pirineos. El Pico Duarte se eleva a 3.175 metros. Así es Santo Domingo, donde nació el Nuevo Mundo en tiempos inmemoriales. Cristóbal Colón lo descubrió el 6 de febrero de 1492. Esta época se vive en la Zona colonial, el área histórica de Santo Domingo, a través del Alcázar de Colón, un monumento de arquitectura gótica y árabe, donde habría vivido el hijo de Cristóbal Colón. A unos cientos de metros de distancia, los colonizadores españoles construyeron la fortaleza Ozama para bloquear las invasiones piratas. Los bandidos han abandonado hoy las aguas del Caribe, pero cada día, en las murallas de la fortaleza, los ferries se dirigen a toda prisa hacia Puerto Rico, tan cerca.

Hablando de piratas, es imprescindible una visita a la Catedral Santa María la Menor Primada de América, la primera catedral de América, construida en 1514. El pirata Francis Drake lo convirtió poco después en su cuartel general. Santo Domingo vibra al son de la bachata en su paseo marítimo de 15 km de largo, el Malecón, pero también en la calle peatonal de El Conde. Además de las playas de la costa norte y el sitio histórico de La Isabella, en la frontera con Haití, los viajeros descubren Puerto Plata, la tercera ciudad del país, menos popular que los demás balnearios. Los deportistas vienen a practicar kitesurf o golf en el hotel y complejo costero Playa Dorada.

La República Dominicana tiene mucho que ofrecer: Las Terrenas, este antiguo puerto pesquero donde los franceses establecieron su hogar; Los amantes de los puros se desvían hacia Santiago, la segunda ciudad del país, para fumar puros que los dominicanos siempre elogian frente al competidor cubano. Pero ojo, más allá de la aparente gentileza de los dominicanos, la violencia es real en el país. A ello contribuyen la pobreza, la desigualdad, la corrupción endémica y un 10% de analfabetismo. Si los turistas están seguros durante el día, es mejor evitar las salidas nocturnas. Los guardias armados con miras a la entrada de colmados y discotecas, donde el portero pide dejar el arma en el guardarropa, convencerán a los más atrevidos.

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