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La madrugada del 7 de septiembre de 1882 comenzó como cualquier otra en Panamá, sin presagios ni señales de lo que vendría. Los habitantes de Colón y la Ciudad de Panamá dormían tranquilamente, ajenos al temblor que se avecinaba y que, en pocos minutos, transformaría su entorno y marcaría sus vidas para siempre. Eran las 3:15 cuando la tierra empezó a estremecerse con una fuerza desconocida, y en cuestión de segundos, el pánico se apoderó de todos.

Primero, el suelo se movió con un murmullo, como si la tierra estuviera tomando un suspiro profundo. Luego, vino el estruendo. Las casas de madera crujieron y los edificios más altos comenzaron a tambalearse. Las familias, aún aturdidas por el sueño, salieron de sus hogares, muchas sin siquiera ponerse los zapatos. El temblor fue tan poderoso que las paredes comenzaron a agrietarse, los techos a colapsar y el mobiliario, hasta entonces inamovible, salió disparado por las habitaciones.

La mayoría de los edificios no estaban construidos para resistir un sismo de tal magnitud, por lo que las estructuras más viejas fueron las primeras en ceder. Se calcula que el movimiento tuvo una intensidad de 7.9 (en la actual escala de Richter) y una duración de 60 segundos. Más tardes de reportaron tres réplicas con magnitudes desconocidas en los siguientes días, pero también intensas. El epicentro se situó en el Golfo de San Blas.

El diario The Star & Herald reportó, “la tierra se empezó a mover de forma violenta e hizo levantar a la gente de sus camas, y movilizarse hacia los parques y plazas. Parecía que la ciudad se iba a hundir en la tierra”. El diario, que cubrió durante varios días el suceso, también describió cómo “cientos de mujeres acostumbradas a la comodidad y confort de sus residencias prefirieron pasar la noche en colchones, sofás y sillas acomodadas rápidamente en las plazas públicas antes de correr el riesgo de morir aplastadas dentro de sus casas. Los menos tímidos caminaron de una cuadra a la otra para ver los campamentos improvisados”.

En Panamá se produjeron importantes daños en la ruta del ferrocarril, así como en edificios claves como la sede del gobierno municipal y la sala de la Asamblea cuyo “masivo balcón cayó sobre la plaza, arrastrando el techo adyacente”. La Catedral también sufrió cuando pesados bloques de calicanto cayeron del techo de la entrada. Los arcos del interior se agrietaron y cayeron enormes piedras y trozos de mampostería. Se calcula que fue necesario un total de 40 mil dólares para su reparación completa. La torre de la iglesia de Malambo también cayó, al igual que parte del techo de la Iglesia de Santa Ana. Casi todas las casas de la ciudad de Panamá fueron destruidas y los ciudadanos se apresuraron a rescatar pertenencias y, en algunos casos, a sus seres queridos. En Panamá hubo cinco fallecidos. “De acuerdo con los reportes, los daños a la ciudad fueron estimados en más de $250 mil dólares.

En Colón, una ciudad en crecimiento y con importante actividad debido a la construcción del Canal Francés, el daño fue severo. Varias edificaciones, incluidas las oficinas de la Compañía Universal del Canal Interoceánico fueron afectadas. Además, colapsaron puentes y vías de comunicación se vieron destruidos. El sismo dejó la ciudad en ruinas. Como lo cuenta Mónica Guardia en un artículo en La Estrella de Panamá titulado El gran sismo de 1882, “Los agentes de la Compañía Universal del Canal Interoceánico, que había empezado los trabajos de construcción de la vía acuática en 1880, tomaron con mucha seriedad el terremoto, porque ‘no auguraba nada bueno bien para la estabilidad y seguridad de un canal construido en esta estrecha tierra, de solo 48 millas de ancho, que yace entre dos regiones volcánicas’. Los franceses enviaron una expedición al interior del istmo, sobre todo para corroborar los rumores de que el terremoto se debía a una erupción volcánica en la zona del Chagres”.

Aunque hubo daños en casi todas las regiones de Panamá, pero Guna Yala se llevó la peor parte. Un devastador tsunami con olas de hasta cuatro metros de altura dejaron cerca de 75 muertos, sin embargo, estas noticias no pudieron ser comunicadas a la ciudad de Panamá hasta varias semanas después. El recuerdo de aquel terremoto no se desvaneció con el paso de los días, sino que se convirtió en una referencia histórica para generaciones futuras. De acuerdo con Guardia, “el diario cuenta cómo, como medida de precaución, en muchos hogares se adoptó la práctica de colocar botellas de vino vacías en el piso, sobre la parte delgada, de manera que, al menor movimiento o vibración del edificio, estas cayeran y sirvieran de alarma para los ocupantes”.

Aunque el terremoto de 1882 trajo consigo una devastación considerable, también mostró la capacidad de las comunidades para responder y adaptarse a situaciones adversas. La reconstrucción fue lenta y complicada, pero impulsó un cambio en la forma en que los panameños veían la necesidad de mejorar sus infraestructuras y prepararse para futuros desastres. Hoy, ese evento es un recordatorio de la importancia de aprender de la historia para construir un país más seguro y resiliente. La pregunta que nos queda es ¿qué pasaría si viviéramos un movimiento parecido en la actualidad? Solo conociendo el pasado podemos entender nuestro presente.